Simón Hosie Samper, un joven de barba de cobre, de bluyín, camiseta y mochila al hombro, viaja en un bus rumbo a El Paraíso.
Simón Hosie Samper, un joven de barba de cobre, de bluyín, camiseta y mochila al hombro, viaja en un bus rumbo a El Paraíso.
Simón, de 30 años, con título de arquitecto de la Javeriana y ganador de la pasada Bienal de Arquitectura, podría estar viajando rumbo a construir un elegante edificio en el norte, pero va feliz en ese bus, atestado de desplazados del campo, de obreros, de niños vendedores de dulces de los semáforos, que se pierde por las calles polvorientas del sur de Bogotá y se trepa en una montaña, por una carretera de cemento.
Va contemplando por la ventanilla del bus la ropa mojada que cuelga de las terrazas, los almacenes donde venden gallinas amarillas y a los niños jugando fútbol. "Me fascina este paisaje, aquí las calles tienen vida, la gente se saluda, se reconoce".
El viaje termina en medio de una hilera de casas armadas de ladrillos, bloques, latas, tablas, unas encaramadas en los precipicios como cabras y que parecen derrumbarse con un soplo.
Ese es El Paraíso, el último barrio de Ciudad Bolívar, donde van a parar los desplazados recién llegados, en busca de su primer techo en la ciudad.
Simón lo ha visitado unas cincuenta veces. "Al principio me decían que tuviera cuidado porque era una zona muy violenta, pero hablando con la gente uno se da cuenta de que esto es otra cosa, que vive gente buena. Una vez estaba hablando con un señor de eso y me dijo que no me preocupara porque si me pasaba algo estaba en el sitio indicado: El Paraíso".
En el paradero de buses, en un lote donde solo hay zapatos viejos y bolsas de basura, desde donde se divisa de pies a cabeza la ciudad, el joven arquitecto encontró el lugar para construir su nuevo sueño: La Casa de Valores, un sitio para que los abuelos y los niños del barrio tengan una biblioteca, un lugar donde recrearse, ver una película o una obra de teatro.
"Va a ser algo tan simbólico como Monserrate, se va a ver de muchas partes. La gente se va a sentir orgullosa de vivir acá".
La vida de Simón, de ascendencia alemana y de padres artistas, siempre ha estado rodeada de aventuras y sueños.
Le gustaba ir de joven, pidiendo autoestop, por las regiones inhóspitas del país o perderse semanas en la selva del parque Cahuinarí, en el Amazonas.
En la facultad de arquitectura de la Javeriana no solo lo conocían como un gran futbolista y un rebelde de cabello largo, sino como el mejor estudiante y el único que hablaba de una arquitectura social.
Su proyecto de grado fue una biblioteca para la vereda Guanacas, un pueblo perdido en las montañas del Cauca, que le valió un 5 en su tesis y el título profesional.
Trabajando con la gente.
Un mes después de terminar sus estudios, en enero de 1999, ocurrió el terremoto del Eje Cafetero y partió con su mochila a Armenia a ayudar en la reconstrucción. "Vi los errores que se cometen en las construcciones, los malos materiales que se usan en las casas de unas familias que se ganan el salario mínimo y que ahorran toda la vida para comprar un techo y se les cae".
Se enamoró de tres familias damnificadas y reciclando guaduas y con plata que se consiguió a través de amigos les ayudó a levantar sus casas en el barrio Nueva Libertad.
"Me di cuenta de que lo más lindo de la arquitectura no es hacer grandes edificios sino emprender las luchas más sencillas, como abrirle a una familia una ventana en un cuarto donde no hay iluminación o sembrar un árbol en la puerta".
Tras un año de trabajo entre los escombros, Simón pensaba irse a España a estudiar gracias a una beca, pero la embajada de Japón dio los recursos para hacer la biblioteca de Guanacas y cambió el vuelo a Madrid por un pasaje en chiva , entre campesinos y bultos de plátano, y se fue a esta vereda, merodeada por la guerrilla, sin televisión, luz, ni teléfono.
Pasó tres años en una pequeña casa de barro. Levantó piedra por piedra y guadua por guadua, con los campesinos, una hermosa biblioteca. Fue el goleador del torneo veredal de fútbol, pintó a 12 pobladores al óleo y se convirtió en un campesino más.
"Fui feliz en Guanacas. Aprendí que las cosas tienen más valor cuando uno las hace con sus manos que cuando contrata a alguien. Los barrios marginales tienen eso, pues son casas hechas con las manos de sus dueños".
Por la biblioteca, Simón ganó el año pasado la Bienal de Arquitectura. La mención le sirvió para que lo reconocieran en el mundo de la arquitectura, pero sobre todo para confirmar que no estaba equivocado.
Después del premio, lo tentaron con varias propuestas. "Una señora quería que le hiciera su casa en una isla y otro señor, una finca en guadua".
Pero Simón siguió su camino y empezó a trabajar en un sueño que lo trasnochaba desde la universidad, hacer una obra en Ciudad Bolívar.
Se unió con Sandra Sánchez, una habitante de El Paraíso, que estudia derecho becada en la Universidad de El Rosario y lidera la Fundación Oasis, para planear el proyecto de la Casa de Valores.
"Tenemos una casa de tres pisos, pero son tantos los niños y los viejitos que ya no caben", dice Sandra, de 19 años, que empezó su trabajo de niña luego de que una vecina se murió de hambre.
La Fundación se va a encargar de manejar los recursos y de conseguir la mano de obra con los pobladores.
Simón trabaja en silencio. Viaja en bus, pues aunque se mueve en un viejo escarabajo prefiere ir al barrio como lo hacen sus más de 30 mil habitantes. "Me gusta hablar con el señor de la tienda, con la señora que vende dulces y hasta compro zapatos hechos con las manos de la gente de acá, para mí eso es más valioso que cualquier marca".
Ya empezó a elaborar los diseños, en el taller que tiene en la finca donde vive, en las afueras de Cajicá. "Tendrá los colores de la zona y los materiales del barrio, bloques de cemento, láminas, madera, pues hay que respetar el entorno. Mi obra no es una repetición de materiales sino de los valores que tienen las comunidades, como la honestidad, la sencillez, la humildad y el trabajo en comunidad".
Pintando cuadros.
La estrategia de Simón para conseguir el lote, avaluado en 300 millones de pesos, es otra locura.
El joven va a realizar una colección de pinturas abstractas, llamada Murales , hechas con imágenes de paredes que lo han impresionado en sus caminatas por El Paraíso.
Colgará los cuadros en las casas de 15 líderes, que está escogiendo la comunidad, les tomará con ellos una foto, que ampliará en un marco especial, con efecto de luces, y las expondrá a finales de año en un gran salón, donde espera venderlas, cada una, por 10 ó 15 millones de pesos.
"En el país hay mucha gente que gasta millones en un cuadro para que le salga con el sofá. La idea es que compren una obra de arte mía y que con ella no solo decoren su casa sino que contribuyan con una buena obra".
Simón dice que con el lote comprado pueden conseguir el dinero para los materiales con organizaciones europeas. Y el dinero para subsistir este tiempo lo conseguirá con fotos más pequeñas que venderá a precios módicos a las personas que quieran ayudarle.
En esta aventura no está solo. Su novia, la antropóloga Liliana González, es la encargada de recoger las historias de los personajes del barrio, que se incluirán con cada cuadro. Silvia Laserna le colabora con las fotografías. Y Hérbert Ramírez, un ingeniero civil, le ayuda a calcular la estructura.
Simón subió a mediados de abril con su primera obra a El Paraíso. Un óleo gris, aún fresco, de tres meses de trabajo, en el que pintó un pequeño letrero que encontró en una pared en sus caminatas: No hay timbre, grite .
Con su obra llegó a una pequeña casa de ladrillos y tejas de zinc, donde vive Margarita Quintero, una pequeña mujer de 64 años, con una hija con retardo mental y cuatro pollos metidos en un galpón en medio de la sala.
"Ella es una líder muy especial, huyó desplazada de Santander. Vendía dulces y lavaba ropa en casas ajenas, pero se quedó sin trabajo y sin plata para pagar el arriendo y varios vecinos le hicimos un rancho", comenta Sandra.
Simón colgó el cuadro en la fachada, sentó a doña Margarita en una silla, junto a su perro, que vive en una casita de latas, y le tomó la foto.
El retrato de Margarita, su historia anónima y el cuadro se convertirán en el primer ladrillo del sueño de este arquitecto, que busca dejar su obra en El Paraíso.
FOTO/Claudia Rubio EL TIEMPO.
En el paradero de buses, desde donde se divisa toda Bogotá, Simón encontró el sitio para construir su obra.
– Simón charla con doña Margarita Quintero, en la sala de su casa.
– Sandra Sánchez, líder de El Paraíso, acompaña en esta aventura al joven arquitecto.
– Simón Hosie ya le tomó fotografías a doña Margarita Quintero, desplazada y lavandera, con uno de sus cuadros. La foto será expuesta con la de otros líderes del barrio a finales de año para recoger fondos y comprar el lote de la Casa de Valores.
Publicación eltiempo.comSección OtrosFecha de publicación 8 de mayo de 2005Autor LUIS ALBERTO MIÑO RUEDA Subeditor de Reportajeshttp://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1644685