Guadua y corrupción
La guadua debe estar en el centro de la discusión del futuro agrícola y económico de la región.
Cada día nos sorprende más el grado de corrupción al que ha llegado el país. El pasado lunes en estas páginas de La Crónica, el ya famoso y legendario arquitecto colombiano Simón Vélez denunció una cadena de corrupción en el cultivo y comercialización de la guadua en el país. Incluso, se atrevió a decir que por culpa de esa cadena de corrupción auspiciada por una ley y activada por las corporaciones autónomas regionales, la guadua se había convertido en un cultivo ilegal.
La cadena de la corrupción empieza en la decisión de declarar esta especie como protegida por la ley ambiental y solo se permite cortar individuos a través de un permiso que dan las corporaciones regionales. En esa potestad radica la corrupción. Obtener ese permiso por parte de los dueños de las fincas es muy difícil, complicado y costoso. En cambio, según denunció Simón Vélez, un guaduero profesional tiene en el bolsillo un talonario con los permisos firmados para cortar la guadua de cualquier finca, comprársela a un precio ínfimo al dueño del predio y venderla a un alto costo en el mercado de las ciudades y pueblos. Es muy sintomático que el propio Vélez afirme: “Yo siempre le compro la guadua a la cadena de la corrupción no a la cadena de la producción, que es como debiera ser”.
El problema es de la ley que restringe, pero no protege. Por el contrario le da armas a esa corrupción. La ley y las CAR deberían incentivar la siembra masiva de guadua en donde hay otros cultivos que no son rentables, pero no exigirles a los cultivadores, en los términos de la silvicultura, un permiso para poder vender el producto de la tierra, de su esfuerzo y su trabajo. A través de una práctica de esta naturaleza se protegería la guadua que hay en los nacimientos de agua y en las riberas de los ríos, porque ella es receptora del preciado líquido, que suelta cuando hay jornadas de mucho calor.
Los múltiples usos de la guadua la clasifican como una especie muy útil, industrial y comercialmente. De hecho, en el Quindío hay empresas exportando mensualmente guadua a mercados de Estados Unidos y Europa. Y lo hacen con las enormes dificultades y trabas que les pone la ley, además de las mañas que les aplican desde las corporaciones regionales. La guadua no se va extinguir, pues es una planta invasora y tiene múltiples formas de reproducción. Como dice Simón, es como si para ordeñar una vaca tuviéramos que sacar un permiso para demostrar que los terneros no se van a morir de hambre.
Hay que cambiar la ley. Y para eso necesitamos congresistas de verdad en la región, comprometidos con la realidad económica local, con el día a día de la labor agrícola, comercial e industrial, esto es, con la gente, y no solo con los contratistas del Estado. Y en la guadua hay un potencial que todavía no hemos dimensionado. Hay que conservar los guaduales que protegen las aguas y los ríos, pero hay que sembrar miles de hectáreas, financiadas con créditos blandos y largos, que permitan desarrollar esta industria.
La especie es generosa, porque es nativa. Es una gramínea, como el maíz, el pasto o el trigo, solo que tiene la dimensión de un dinosaurio, que está en la región desde el Holoceno en el período cuaternario, hace más de 20.000 años. Por eso, resiste a las plagas, se expande con rapidez y sirve para casi todo. ¿Cómo no mirarla con la misma generosidad con que ella se levanta? Hay que aprovecharla, con inteligencia, y por fuera de esa cadena de la corrupción. En construcción, textiles, papel y hasta como alimento.
La guadua es una gran alternativa, que ha estado olvidada, rezagada al tema ambiental y aprovechada por la cadena de la corrupción, pero que debemos poner en el centro de la discusión, del futuro agrícola y económico de la región.